El príncipe y el mendigo.
Hace mucho tiempo vivió un niño muy pobre
llamado Tom. Tom era un niño muy bueno que, a pesar de no tener ningún juguete,
era muy feliz.
Un día, a Tom se le
ocurrió ir al palacio real al ver el cambio de guardia. Aunque hacía mucho
frío, a Tom le gustaba ver a los guardias, tan disciplinados y bien vestidos.
Mientras Tom miraba maravillado a los guardias, uno de ellos, al verlo sucio y
harapiento, le dijo que se fuera. Iba a hacerlo cuando, de repente, alguien se
lo impidió.
-¡Niño, no te vayas!
-dijo el personaje misterioso-. Ven conmigo. Vamos a jugar.
El personaje
misterioso, que era un niño de la misma edad que Tom, resultó ser el príncipe.
Eduardo, que así se
llamaba el príncipe, a pesar de tener todos los lujos imaginables, era un niño
infeliz, porque no tenía a nadie de su edad con quien jugar.
Eduardo y Tom lo
pasaron muy bien jugando juntos. De repente, mirándose en el espejo, se dieron
cuenta de que se parecían mucho. Se acercaron más al espejo. Tom se limpió un
poco la cara. Eduardo se quitó sus adornos de la cabeza.
-¡Somos idénticos!
-gritaron los dos niños a la vez.
-Me gustaría
cambiarme por ti un día -dijo el príncipe-. Estoy muy solo y aburrido. Quiero
saber por qué tú, siendo pobre, eres feliz y por qué yo, siendo rico, vivo
siempre triste.
Tom no podía creer
que el príncipe quisiera vivir rodeado de miseria ni siquiera un día, pero
aceptó para complacerle. Se cambiaron la ropa y el príncipe se fue.
A Tom le gustaba esa
vida. Comía todo lo que quería, dormía caliente, estaba limpio y todo el mundo
le adulaba. Tenía juguetes y libros, tocaban música solo para él y podía
disfrutar de un hermoso jardín.
Eduardo también
disfrutó de poder trabajar con sus manos, ser acariciado por las manos de una
madre y jugar con otros niños en la calle, sin guardias encima de él todo el
día.
Un día, un conde
malvado enemigo del rey descubrió que Tom no era el verdadero príncipe. Pero,
en vez de revelarlo, decidió trazar un plan para hacerse con el poder,
aprovechando que el rey estaba enfermo.
El conde malvado
encerró a Tom, al que todos creían el príncipe, y dijo que había desaparecido.
Así el reino se quedaba sin heredero y, como el rey no podía gobernar, alguien
tenía que hacerlo.
El conde se las
ingenió para hacerse con el poder y empezó a preparar su ceremonia de
coronación.
Lo que no sabía el
conde es que había un guardia que estaba al tanto de todo. Este guardia sabía
lo que se proponían los niños desde el primer momento, y no había perdido ojo
de lo que pasaba, pero no había dicho nada para respetar el deseo del príncipe.
El príncipe y el mendigo.
El guardia fiel fue a buscar al verdadero príncipe y le contó lo que pasaba.
Pero la familia de Tom no se creía lo que el niño contaba. El tiempo pasaba y
había que hacer algo.
Con mucho esfuerzo,
Tom logró escaparse de la celda justo a tiempo para interrumpir la ceremonia de
coronación del conde.
En ese tiempo,
Eduardo y el guardia consiguieron convencer a los padres de Tom y, acompañados
de algunos vecinos, se acercaron al palacio para derrocar al conde. Cuando
Eduardo, vestido de mendigo, llegó al salón del trono y se acercó a Tom, todo
el mundo se quedó mudo. Unos minutos después se oyó decir:
No hay comentarios:
Publicar un comentario